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Superviviente en este Madrid que tritura las tradiciones, el café Gijón inicia en mayo del 1888 (año en que nació Raquel Meller y mi abuela María Sanguino) la que sería una larga andadura.

Aún hoy, se sigue desperezando cada mañana abriendo sus vetustas puertas a los madrugadores que tienen el buen gusto de tomarse en su salón un aromático café con churros.

El Gijón, al que le basta y le sobre con su nombre y no necesita otra denominación, está impregnado de toda la belleza decadente de la Belle Epoque. ¡Cómo me atrae la  palabra decadente…! Me evoca  brillantes rasos rojos y dorados, murmullos de risas apagadas, tintineo de copas, crujir de viejas maderas, la caricia de un abanico de plumas, una mirada ruborosa aunque insinuante…

Bella ilustración de Mar Buelga

Yo amo lo decadente, lo que es ignorado por la ignorancia (valga la redundancia) y me aferro a la idea de seguir en la lucha para tratar de que no se olviden las modistillas del batallón, las vecindonas de Tribulete, las mamás cotorreando en el Ritz…¡Qué locura de decadencia!

One Comment

  1. Me encantan tus cosas, eres genial. ¡Animo! y ¡Aupa el Cuplé!
    Besukiss Albherto


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